Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

19 octubre, 2007

TEORÍA MANUAL

Hola, dejadme que me presente: soy la mano de este infame escritor a la que tengo el infausto placer de estar pegada. Dadme un minuto para exponer una simple parrafada, será poco tiempo, puede que no vuelva a pedir nada más.
Tengo la impresión de que la mano está denostada, vilipendiada y olvidada a favor de otras partes menos tangibles o abstractas que forman el todo creativo de un ser humano. Que a un artista se le reconozca y ensalce es característico de la raza humana (como también lo es que se le rebaje y degrade).
¿Qué hace a un artista un artista? Podríamos responder que el gran numen o las ínclitas musas lo han iluminado, poseyéndolo y haciéndolo acreedor de cualidades que, por supuesto, ya tenía, sólo que desatándolas en incontrolable ráfaga creativa pronta y dispuesta a su plasmación en cualquiera de los enseres que use para la creación.
Podríamos responder que el artista es un ser diferente al resto de la comunidad, especial, sensible en extremo, capaz de utilizar sus cinco sentidos, no como un común mortal, aunándolos para crear una percepción de la realidad muy diferente a la de cualquiera de nosotros. Es decir, juega con sus sentidos, crea arte abstrayéndose y materializando una realidad mimetizada a imagen y semejanza de lo que sus sentidos dictan.
También podríamos responder que el artista es aquel que rezuma creatividad interna, a saber, posee un espíritu sui generis. Su arte brota del interior, un arte que ha despertado en él cual alborada primigenia de creación. No todos podréis hallar este espíritu creativo en vuestro fuero interno sino que quedará, por desgracia, aletargado ad infinitum.
Pero es hora de que yo diga: ¡BASTA! Hora de poder expresarme en estas indignas líneas. Es momento de realizar una vindicación de la mano, si, de la mano. Me llamaréis orate con vuestras retóricas baratas ensartadas, todas ellas, de vagos y maniqueos pensamientos.
Sea cual sea el excelso artista, contando honrosas excepciones, ha de canalizar, ya sean sus sensibles sentidos, su dotado espíritu o su conexión mística con una de las manos con la que ha sido agraciado. Esta canalización a la que me refiero aquí es imprescindible para la plasmación de la obra de arte y su definitivo paso a la posterioridad. Como digo, la mano es imprescindible; digo mano en claro singular porque, incluso egregios artistas, utilizan una única mano, la llamada mano “buena”. Aunque todos sabemos que hay arte (dicho aquí como un hiperónimo) que se funda en la utilización de sendas manos y sin una de ellas, estaríamos en vulgar desventaja con respecto a otros y con respecto a la historia (tan difícil de rebasar e incluso igualar por momentos).
Porque digo yo, qué sería hoy día el celebérrimo David de Miguel Ángel si las dos manos que tallaron arduamente, centímetro a centímetro, tan colosal obra. Déjenme responder: sería un denostado trozo de mármol de Carrara cincelado por cualquier otro con otra cualquier idea, eso sí, no tan bien plasmada en roca como la estatua que aquí traemos a colación.
Digo yo que sin sus manos, Eduard Munch divagaría y pensaría en plasmar un Grito, agonizando, sin poder realizarlo Junto al lecho de muerte.
Podríamos lanzar miles de cuestiones al respecto, yo haría una más: ¿es que podría haber escrito y retratado alguien a la humanidad, incurriendo en sus más indeseables errores, sus más bajos instintos o explicarnos tan bien lo que es un remordimiento que el escritor ruso Fiodor Dostoievsky (para qué adjetivar al gran maestro) sin la ayuda de sus manos? Permítanme que diga que no y mil veces no he de reafirmarme.
Empero, sin querer extenderme hasta la extenuación, sé que hay alguien que quiso dejar plasmado el inminente encuentro de dos manos: una cargada de fuerza y vida, enhiesto el dedo, la otra, exangüe, esperando a ser insuflada de vida, para las miles de generaciones que conlleva el devenir del tiempo. Miguel Ángel Buonarroti nos emplaza para la admiración de su magnífica Creación de Adán.
No quiero, con esta exposición, restar méritos a formas peripatéticas de inspiración, sino que deseo vindicar lo que me parece, un gran olvido.




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1 comentario:

  1. ... y sin las dos manos no podríamos tampoco disfrutar de otra forma de arte: la música. La mayoría de los instrumentos necesitan de ambas manos...

    Saludos,
    Miri

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