Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

19 diciembre, 2008

LA LLAVE DEL CAMPO

Sabía muy bien que había llegado demasiado pronto. El sol caía aún oblicuo y daba un aspecto cálido a la habitación.

Una fortuita mirada le hizo comprender, rápidamente, que no estaba sola. La inquietud, quizá, le hizo confrontarse con aquel non grato personaje.


que quieres que queria por que ahora mismo he llegado demasiado pronto por que temprano ahora no me asustas


Mostraron las cuencas de sus aturdidos ojos una extraña relajación, como si comenzara a sentirse a gusto en una situación en la que no comenzaba a sentirse a gusto. Le hirió, en lo más hondo de su ser, una mirada decrépita, una mirada de escarnio, una mirada colmada de una intensa podredumbre y, aunque no intentó aguantar semejante ordalía, comprendió toda la mezquindad que encerraban aquellos ojos.

Observó el pelo ralo surgiendo a imprecisas manchas de aquella pequeña cabeza. A escasos centímetros más abajo, la comisura de sus labios dibujó una sardónica sonrisa mientras seguía excrutándola con un enfermizo odio.


¿Te has sentido un nefario al cruzar una fugaz mirada?


Maquinalmente dio un paso atrás y se entretuvo mirando esas manos cubiertas de piel ocre y desgastada que se arrugaba en obscenos pliegues, en las que despuntaban unos sucios y gordos dedos que semejaban lombrices de tierra húmeda.


No puede no ser que hace igual que los mios pero es quien yo que los mios no puede


Fuera ya no se podía divisar la verde pradera, el camino que serpenteaba juguetón entre las briznas de césped, el horizonte rematado por los dos familiares arbolillos rodeados del boj que tanto le gustaba cuando era una niña (solía acodarse en el alféizar de aquella ventana y respirar el aire límpido que la despejaba y la hacía sentirse realmente bien). No, ahora no podía ver la verde pradera, el camino que serpentea, el rematado horizonte y el familiar boj. No, no podía.


que haces ahi mi lugar quitate preferido de ahí por que quien eres tu


Una repentina mueca de estertor en aquel acompañante que miraba con pasividad obscena, la reafirmó en su hieratismo clasicista creia sentirme mejor al llegar apoyarme en mi marco qué quiere El inesperado voyeur despegó lentamente sus labios, dejando entrever una amalgama de imperfectos dientes engastados en una purulenta encía, una imagen que el reflejo del cristal entrecortaba y la llevaba hasta la náusea más profunda que ahora se elevaba desde su garganta hasta la preciosa boca de perfecto nácar.

El marco de la ventana encuadraba muy bien la harapienta imagen encorvada hasta lo irrisorio.

Empero, en un cobarde movimiento de su mano para alcanzar una pequeña figura (un bronceado David barato, burda copia de la infantil estampa que mostró al mundo Donatello), pudo discernir cómo la ¿reflejo? puede que no que quiere andrajosa silueta mimetizaba el torpe escorzo. La vasta mano sujetaba la delicada talla que se ahogaba en un sudor amargo paradigmático del fastigio alcanzado por la vergüenza y la inexplicable pero paulatina podredumbre del alma.


por que me que haces aquí aquí asi estoy mal mal maldita seas


Un esperado arrebato comenzó a corroerla por dentro como ayudada por un exacerbado odio al cetrino cuerpo que llevaba observando demasiado tiempo en suspendido marasmo. El dolor y el odio canalizaron en un nefando lanzamiento que destrozó en añicos los frágiles cristales que esperaban desde la inicial furtiva mirada, haciendo desaparecer el horroroso reflejo. Los irregulares trozos quedaron esparcidos al pie de la ventana, guardando con extrema vanidad retazos de una silueta.

La habitación quedó vacía, en arcano silencio. Desde el alféizar se podían divisar dos árboles alineados a la derecha, un camino que serpenteaba y el boj que tanto le gustaba de niña.

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