Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

28 marzo, 2010

ATRACCIÓN



Abandono mi posición horizontal porque el calor del sofá se está haciendo demasiado sofocante, si no fuera porque nunca perpetré un crimen, la luz proyectaría mi febril sombra de Raskolnikov sobre  la anodina compañía de la nada. No logro hablar con mis demonios aunque no reniego de ellos en espera de la ansiada anagnórisis final, les envidio. Siempre me sentí identificado por el reverso, las personalidades hondas e inextricables; y he llegado a entender qué es lo necesario.


Lo necesario se quita los tintes de lo maniqueo, lo bueno y lo malo no es una escala válida, es, simplemente, otra escala. 


Contengo la respiración ante las personas que me dan respeto, sé que en el fondo es puro el miedo que siento, antaño lo llamaba educación. Mi imantación queda supeditada a lo sublime y, en el fondo, repudio al que estoy admirando pero la atracción es más que patente. Entro en el terreno de lo confuso, en el fondo me gusta ese grado de hijoputez tan necesario hoy día para ciertas almas errantes, grado que no logro alcanzar porque sé que soy tan simple como un biberón. 


La catarsis me afecta como cuando éramos niños y nos creíamos inmortales, el simple hecho de ver una película de héroes nos convertía en héroes, la lectura de almas profundas y podridas de abyección moral me resuena meses en la quijotera, es el lado que he decidido habitar.


Es extraño ese acercamiento al otro, ese otro que se sabe execrable y permanece inalterable, mostrando toda su exquisita educación ante ti, sabiéndose superior a ti, rebajándose ante ti.


Es, por tanto, indisoluble la doble vía de admiración y repudio que sienten mis entrañas. 


Juguemos a un juego. Escribimos en un papel el nombre de algún personaje de cine, estereotípico, y decidimos poner ese papel en la frente de algún compañero de mesa, sin que él lo vea, ahí radica la gracia. Más tarde, tras tener los papeles bien pegados mediante beoda saliva, damos el turno de palabra a aquél al que le apetezca empezar. 


Todo esto me lleva irremisiblemente al coronel Landa:


- Bien, entonces vivía en la selva y me llevaron a América en barco, en contra de mi voluntad... ¿Soy un negro?
- No.
- ¡Entonces soy King Kong!

8 comentarios:

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