Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

10 octubre, 2007

LIBROS DE MERCADO

Antes de ponerme una película ayer debido a la excelente programación que nos ofrecían nuestras cadenas de televisión, pude ver un anuncio que no me dejó más remedio que reflexionar. El anuncio en cuestión versaba sobre un libro (¡¡sobre un libro!!) y con unas magníficas voces en off, representantes ellas de diversos ámbitos sociales (luego dicen que no hay clases sociales cuando los primeros que nos dan con ellas en los morros son los benditos anuncios, haciendo distinciones entre, por ejemplo, universitarios y amas de casa) nos vendían el susodicho libro orlándolo de varias loas, ensalzando la gran literatura que encierran sus páginas... cambié inmediatamente de canal.
Ahora resulta que la literaratura ha de publicitarse, ha de venderse cual pimiento en un mercado semanal, ha de exhibirse para su compra como si estuviese en plena subasta y ha de salir en la televisión. Mal vamos.

Si un libro se anuncia en televisión podemos llegar a vislumbrar variados motivos que han llevado a la editorial a orear su mercancía:
  • El libro es realmente malo y sólo le queda la vía publicitaria para que los telespectadores, prestos siempre a esas horas de alta audiencia, compren el libro que nunca van a leer pero van a hacer que la susodicha editorial y el avezado autor se forren, con lo que no persiguen la literatura excelsa y concienzuda que emana de las obras inmortales, sino que buscan el dinero fácil, sucio y rápido emulando aves de rapiña en un mercado cada vez más consumista.

No digo yo que la publicidad sea mala, pero para un libro, o, mejor dicho, para un libro que desea ser obra de literatua, es contraproducente que se publicite en un anuncio y a la vez nos dejen entrever que lo puede leer igual un amo de casa que una universitaria. Este último argumento es de cartón piedra y se cae por si mismo, pues alguien interesado realmente en la literatura no busca libros en anuncios mientras espera a que se le haga la tortilla para la cena, lo busca en otros sitios.

Yo, por lo menos, leo otras cosas. No sé que pensarán ustedes.



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2 comentarios:

  1. Yo creo que un libro sí que puede ser igualmente disfrutado por la señora de su casa y por el universitario. De hecho sé de universitarios (demasiados) sin el menor criterio literario, y de amas de casa sin diplomas que enmarcar que no sólo tienen buen gusto para leer, sino que además escriben que te cagas. Los anuncios son lo que son y pretenden cumplir su cometido, que es el de vender el producto. Para alcanzar ese fin es lógico que sean dirigidos a toda clase de posibles compradores. Se trata de encontrar consumidores, que no lectores. Luego, que cada cual lea (o no lea) el libro y opine.

    Me gustaría pensar que lo que de verdad funciona para vender libros es el boca a boca, basado teóricamente en la opinión de cada cual sin dejarse amilanar por las enormes inversiones en "márquetin" que se hacen con ciertos autores, pero ya me sé que eso tampoco es garantía de calidad porque la mayoría de la gente que lee algo lo hace dejándose llevar por esas mismas campañas, y puesto que sólo leen lo que esas campañas publicitarias les ofrecen, no tienen elementos de juicio para comparar, y cualquier mierda les sabe a gloria.

    O sea, que estoy de acuerdo contigo en que no hay que fiarse de un libro anunciado en ninguna parte, pero no por el hecho de que sea dirigido el anuncio a todo tipo de lectores. (Hay que ver lo que me he enrollado para decir esta perogrullada).

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  2. No digo yo que un ama de casa no sea una gran lectora, mejor que un universitario o profesora, sino que el anuncio así lo muestra, cosa que me da verdadera rabia.

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Un comentario puede hacer que este pobre mujik tome aire y se decida a escribir de nuevo ante el inusitado clamor popular.