Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

17 octubre, 2007

RECUERDOS DE SIBERIA

Miro hacia el carromato circular que yace aún parado en la plaza cerca del río Nevá, miro las caras de todas las personas que allí nos hacinamos, sus ojos entristecen la fría tarde de San Petersburgo, ateridas sus sonrisas no dejan sino colegir una extraña resignación, saben que allí van a disponer por lo menos de comida caliente todos los días, cosa que en las calles de esta inmensa ciudad no eran capaces de adivinar nunca la mayoría de ellos, muchos han robado algún que otro kopec para no abandonarse a la muerte. Ninguno conocemos Siberia y su clima extremo, ninguno tenemos ganas de marchar pero no vamos a soltar una mísera lágrima que corroa nuestra piel curtida con el frío ruso.
Montamos en el carro y cierran la puerta, torcemos ligeramente y enfilamos la carretera de Vladimir o como nosotros la llamamos, la Vladímirovka, poca gente nos despide, realmente somos deshechos humanos, algunos de nosotros no verá más un samovar ni comerá ternera guisada en San Petersburgo, algunos ni siquiera miramos atrás para despedirnos de una ciudad a la que nunca hemos apreciado; el barro que anega las calles hace que nuestro paso sea tortuoso y cansino, los niños corren alrededor nuestra como principal diversión que les brinda la calle, logran abstraerse por unos instantes de sus míseras vidas al lado de madres tísicas y padres holgazanes y borrachos con ínfulas de nobleza; el organillero toca una canción rusa para despedirse, nos nubla el alma de temor y escarnio, las aguas del Nevá bajan negras, indómitas corren por el anchuroso cauce.
No nos arrepentimos de nuestros delitos, somos rusos y sabemos que nuestro paso hacia el futuro ya se ha dado, nos esperan los trabajos forzados y los violentos azotes en nuestras espaldas, alguno canturrea una canción conocida, enseguida le acompañamos todos, vamos a un lugar ignoto en nuestras mentes, vamos a un lugar a expiar nuestros pecados, vamos... vamos... vamos hacia la kátorga.



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1 comentario:

Un comentario puede hacer que este pobre mujik tome aire y se decida a escribir de nuevo ante el inusitado clamor popular.