Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

02 marzo, 2010

SINESTESIA


Caminan mis ojos por la mañana, temprano, hacia el váter atentando contra contra el sueño que sufren mis orejas aún rojas de vergüenza y ávidas de un poco más de manta.
El espejo muestra otro día menos, mi piel chilla, ahora cetrina bajo la tenue luz de la bombilla medio muerta, contra la soledad de la imagen que ve las horas reflejadas.

No me levantaré más, he llegado al absurdo, al vértigo del ¿qué más da?, se puede pisar el suelo con estas manos mojadas en la inacción que todos los días me permito, mi tiempo y mi circunstancia pasan sobre mi cabeza alopécica dejando un peso cada vez más hosco y oscuro en lo profundo de estos ojos que iban al váter sintiendo la pesada carga de saberse un estorbo para con mi lenguaje.

Es verdad que la soledad se hace soportable cuando más solo se está y que la compañía se me hace insoportable en medio de la multitud, prefiero una soledad que ruja en la cara y eche su vaho en mi nuca mientras huelo la liviandad que me soporta mucho antes que una masa informe y vacua que habla mucho y comunica poco en la que mi nariz se da de bruces con otras narices, en la que mis ojos rehuyen contactos y donde tengo la impresión monocroma de ser parte sin ser juez.
Comerse desapercibido para regurgitar soledad sabiendo que la indiferencia me ayuda a correr con los oídos conversaciones en las que realmente tengo poco que inhalar.

Alegre de descansar en susurros abandono la mañana para penetrar en otra tarde menos de lámparas que apuntan al techo y acordes que perlan mis espalda harta.
He renegado de mí pero me doy cuenta de que esto soy yo, me estoy siendo y ahora comprendo que mis antiguas consignas eran falsas, falsas para mi, falsas contra mi. Prometí muchas veces, faltándome virtud ascética y sobrándome pecado y dolor, intentar cambiar.

Qué falso he sido conmigo y ahora saboreo mi asco.

No puedo cambiar porque el tiempo ha hecho que mis ojos oigan y mis oídos sufran, las lágrimas no son tan dolorosas en el devenir.

- ¿Contento?
- No. Estoy siéndome.

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