Le diré de mí mismo que soy un hijo de mi tiempo, un hijo de la increencia y de la duda, lo he sido hasta ahora e incluso (lo sé) lo seré hasta que me muera. Cuántas penas me ha costado ya mi sed de fe y cuántas me cuesta todavía. Una fe que se vuelve más fuerte en mi alma cuantos más argumentos contra ella encuentro.

Fiodor Dostoievsky

14 diciembre, 2007

ESPERANZA Y ANDENES

Últimamente se me hacen muy duros los viernes, después de toda la semana estudiando para sacar adelante unas oposiciones, las cuales se me hacen más cuesta arriba cuanto más temas me preparo, más se acerca inexorablemente el lunes.


Todos los viernes (mis últimos quinientos viernes, por lo menos) son monótonos y consuetudinarios, nacen pronto y calmos, acaban despacio y rezuman quietud. Empero, uno de los momentos con los que más logro solazarme es, sin duda, con la vuelta a mi casa en el interminable viaje en tren. La partida es siempre igual, muchas personas arremolinadas en torno a las puertas, prestos para entrar, ansias de que baje el último pasajero para aupar la maleta y ser el primero en cruzar el umbral del vagón que da derecho a escoger sitio y a sentirse satisfecho. Suelo rezagarme, no quiero penetrar el viciado ambiente primero, dejo pasar, sonrío, disfruto, escucho.


Mi sitio al lado de la ventana me da el privilegio del que tanto disfruto cuando vamos dejando morir las estaciones de las ciudades más habitadas y nos cernimos lentamente sobre los pueblos más deshabitados, auténticos y honestos de Murcia y Andalucía. Cambia el paraje, los caminos son escuetos, los barrancos abundan, el cielo parece clarecer, la tierra es más húmeda allí, las gentes, en las minúsculas estaciones, esperan con marcial rostro la llegada del hijo, su tensa espera se torna en caliente sonrisa en cuanto reconocen las maletas bajar por los incómodos escalones de aquel tren que se lleva a sus hijos un lunes y no los devuelve hasta un desapacible y monótono viernes. Me gusta fijarme en el reencuentro, los padres o madres deshinchan sus pechos pareciendo soltar la tensión del no saber el momento exacto del avistamiento de la máquina, los ojos vidriosos contienen lágrimas nunca vertidas, al fin y al cabo, es sólo la vuelta del hijo, aquel hijo que llega hoy pero se marcha un lunes, las lágrimas no son infinitas, la vida tampoco. Algún que otro hermano acompaña al padre y participa de la tensión del momento, sabedor del sufrimiento paternal, suele abrazar la figura marmórea y rígida en la que se convierte su progenitor, confiriendo calor y esperanza; el rostro iluminado, la sonrisa desquiciada y el nervio de sus manos me hacen vaticinar que ha bajado la persona a la que tanto tiempo han estado esperando, dos besos al padre o a la madre, mil besos al hermano que corresponde con un hermoso abrazo pueril lleno de ternura y amistad.


Esto lo vivo todos los viernes y por más que lo intento no puedo dejar de ponerme triste, mi rostro se vuelve mohíno y mis pensamientos tornan atrás. A mi no me espera nadie en la estación.



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4 comentarios:

  1. guau!! he flipado con tu carta del viernes. los lunes si que hay alguien que te espera.

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  2. Bonita escena, esta que describes. A menudo yo también me quedo absorta observando a la gente en el tren, en el metro... observando su mirada, observando qué leen, de qué hablan... e intento meterme un poco en su vida, pensar en qué pueden estar sintiendo, en qué les preocupa en ese momento. Es agradable hacerlo de vez en cuando.

    Y bueno, si como dice Ana, es cierto que los lunes hay alguien que te espera... no te quejes. Otros nos pasamos la vida entre trenes, aviones y coches y tenemos la impresión de que si algún día no llegamos pasarán semanas antes de que alguien se entere.

    Un besito,

    Miri
    http://coti-82.spaces.live.com

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  3. Miri:
    Parece que cada tren, coche o avión que cogemos nos resta momentos inolvidables, momentos que vemos reflejados a través de las ventanas, momentos que quisieramos asir y, furtivamente, apropiarnos de ellos, cosa que he hecho yo con este post. Un saludo enorme.

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  4. Me ha gustado mucho como describes uno de esos momentos que por volverse rutinarios no dejan de ser efímeros y nos brindan impresiones como las que recoges, un tanto agridulces, pero jamás indiferentes si se pronuncian como recuerdo el día de mañana. Será que hay que desgranar esas imagenes que impactan en nuestros anhelos más profundos, exprimirlas y plasmar nuestro propio reflejo. Será que de esta forma podemos hallar esperanza que mitigue la incertidumbre, bálsamo para la nostalgia, días variopintos que nos impidan estancarnos en un viernes grisáceo.
    Si no en la estación, seguro que en casa, si no un viernes puede que un martes, un domingo, pero siempre hay alguien que nos espera y nos extraña.
    Espero que tengas buena semana.
    Un besito!

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