Sentado tranquilamente en el sofá, ahogando el cigarro en el cenicero, sigue mirando la foto de Irene. La echa de menos de más, todavía recuerda cómo vivía con su querida hermana, cómo hacían todo juntos en otro relato, la tranquilidad y la paz del que se sabe inútil les había unido. Alguna vez añora las cálidas piernas de ella, las noches sin dormir, su olor.
Enciende otro cigarrillo, está sereno y oye ruido en la cocina. Se extraña pero mantiene fija la mirada en la foto, luego, ordena algunos sellos españoles que ya no valen nada para nadie. Sí para él.
El ruido crece.
Se levanta despacio, con asco, y se dirige a la cocina pero una vez allí no entra, se queda en la puerta. Los recuerdos le trepanan los sesos. Coge el pomo de la puerta y la cierra suavemente, sin hacer ruido para no molestar, para seguir haciendo sus cosas. Se sienta en el sofá y apura la última calada del pitillo.
Se duerme con ceniza sobre el regazo. Se despierta, al alba, mira alrededor, confuso, con baba en las comisuras y regusto a fuego en la garganta.
Se incorpora, es mediodía, y mira la foto de Irene, adusto, duro. Distante.
Recoge las cosas y mete algunas en cajas, mira los sellos y los deja sobre la mesa. Se sienta en el sofá, lo único que queda en el salón, lo único que es suyo para encender un cigarrillo y escucha otro ruido, diferente al que oyó mucho tiempo atrás. Proviene de la habitación de Irene. Masculla palabras de desidia pero se levanta, indeciso, anda, se acerca dónde antes dormía su amada hermana, el ruido es confuso, agarra la puerta y la cierra.
Pensativo vuelve al desierto para limpiar el polvo que ya no es suyo.
Avanza hasta las cartas prefilatélicas para meterlas en una de las cajas. No merecen la pena. Se sienta en el suelo y enciende un cigarrillo. Ahora mira hacia el sofá pero ya no es el mismo, es otro. No es suyo. El humo empequeñece sus ojos. Los cierra y se duerme.
Mira el reloj a medianoche, tiene frío y se levanta del suelo, se queda pensativo, de pie. Guarda los libros en cajas, entre penumbras y mira a Irene. Se enciende un pitillo, sin ganas pero con ansia. Amanece. Un fuerte ruido avanza hacia el salón y lo entiende.
Recoge el antiguo reloj, bonito, de ficción, y mira a Irene. Una sonrisa, imperceptible, de conformidad recorre sus labios. Recoge la chaqueta y se la pone. Se dirige hacia la puerta de entrada, el ruido se acerca. La abre, no mira hacia atrás, su mano derecha coge el pomo, de espaldas, y la cierra. Anda y no piensa, eso ya no vale para nada mientras se maldice. Tira la llave a una pequeña abertura de una alcantarilla esperando a que nadie realquilara una casa tomada.
Nunca más volverá a firmar hipotecas.
*Del maestro se aprende, al maestro se homenajea: Casa tomada.
Enciende otro cigarrillo, está sereno y oye ruido en la cocina. Se extraña pero mantiene fija la mirada en la foto, luego, ordena algunos sellos españoles que ya no valen nada para nadie. Sí para él.
El ruido crece.
Se levanta despacio, con asco, y se dirige a la cocina pero una vez allí no entra, se queda en la puerta. Los recuerdos le trepanan los sesos. Coge el pomo de la puerta y la cierra suavemente, sin hacer ruido para no molestar, para seguir haciendo sus cosas. Se sienta en el sofá y apura la última calada del pitillo.
Se duerme con ceniza sobre el regazo. Se despierta, al alba, mira alrededor, confuso, con baba en las comisuras y regusto a fuego en la garganta.
Se incorpora, es mediodía, y mira la foto de Irene, adusto, duro. Distante.
Recoge las cosas y mete algunas en cajas, mira los sellos y los deja sobre la mesa. Se sienta en el sofá, lo único que queda en el salón, lo único que es suyo para encender un cigarrillo y escucha otro ruido, diferente al que oyó mucho tiempo atrás. Proviene de la habitación de Irene. Masculla palabras de desidia pero se levanta, indeciso, anda, se acerca dónde antes dormía su amada hermana, el ruido es confuso, agarra la puerta y la cierra.
Pensativo vuelve al desierto para limpiar el polvo que ya no es suyo.
Avanza hasta las cartas prefilatélicas para meterlas en una de las cajas. No merecen la pena. Se sienta en el suelo y enciende un cigarrillo. Ahora mira hacia el sofá pero ya no es el mismo, es otro. No es suyo. El humo empequeñece sus ojos. Los cierra y se duerme.
Mira el reloj a medianoche, tiene frío y se levanta del suelo, se queda pensativo, de pie. Guarda los libros en cajas, entre penumbras y mira a Irene. Se enciende un pitillo, sin ganas pero con ansia. Amanece. Un fuerte ruido avanza hacia el salón y lo entiende.
Recoge el antiguo reloj, bonito, de ficción, y mira a Irene. Una sonrisa, imperceptible, de conformidad recorre sus labios. Recoge la chaqueta y se la pone. Se dirige hacia la puerta de entrada, el ruido se acerca. La abre, no mira hacia atrás, su mano derecha coge el pomo, de espaldas, y la cierra. Anda y no piensa, eso ya no vale para nada mientras se maldice. Tira la llave a una pequeña abertura de una alcantarilla esperando a que nadie realquilara una casa tomada.
Nunca más volverá a firmar hipotecas.
*Del maestro se aprende, al maestro se homenajea: Casa tomada.